Cuando inicio clases con mis alumnos de postgrado en
Gerencia de Proyectos Educativos necesito preguntarles no solo quiénes son,
sino principalmente quiénes quieren llegar a ser. Hasta el 2013 las respuestas
giraban en torno a ascender en su institución, desarrollar o fundar proyectos
propios; hoy la situación ha cambiado drásticamente “ay profe, no pregunte eso,
aquí todos nos vamos o nos queremos ir, cuándo empezamos a estudiar teníamos
otras expectativas, pero la cosa cambió…”
La emigración masiva de nuestros jóvenes y la fuga de
talento hacia otros países representa un reto no solo para el que emigra sino
para todos los sectores de nuestra sociedad. Se habla de más de un millón de
emigrantes recientes y algunas universidades reportan que promociones completas
han salido del País. La realidad golpea en la cara a quienes hemos dedicado la
vida a formar a nuevas generaciones. Nunca nos dedicamos a formar emigrantes,
nuestra visión ha sido (y es) siempre formar para el desarrollo personal y la
transformación de Venezuela.
No quiero entrar en el tema de irse o quedarse. Cuándo
educas a alguien y le das alas para volar, la búsqueda de espacios de libertad
es natural. Hay quienes sienten a Venezuela como un espacio infinito para soñar
y hacer, hay quiénes se sienten atrapados. Cada quien decide.
En lo personal la emigración de mis alumnos me tiene
desarmado, a pesar de que todas las señales indicaban que esto iba a suceder,
tengo que confesar que “esa no la vi venir” me agarraron fuera de base. Ni en
pesadillas se me ocurría pensar en la emigración. Toca aprender y buscar la
forma de adaptarse para progresar.
La inacción del Gobierno ante esta situación me da náuseas
(otra razón más para cambiarlo), pero no está permitido quedarse de brazos
cruzados y los educadores tenemos que ajustar nuestras prácticas y desarrollar
nuevas narrativas.
Cuando trabaje en Guatire estuve 10 años diciéndole a mis
alumnos que el futuro podía ser mejor que el presente, que las condiciones en
las que ellos nacieron o la falta de oportunidades de sus padres no tenían que
determinar su futuro, que podían y tenían que soñar y trabajar para progresar.
Me tocó luego trabajar en Caracas con los hijos de familias prósperas y estuve
10 años diciéndole a mis alumnos que el éxito no se hereda, que la realización
es un logro personal. Puedes heredar la cartera o el modo de caminar, pero la
construcción de un futuro personal y profesional depende de ti, de tu esfuerzo
y de tus decisiones.
Aun no tengo una narrativa para esta nueva realidad (estamos
obligados a construirla e invito a hacerlo) pero me animo a compartir algunas
ideas inacabadas. Tenemos que educar con una visión de patria grande
(inspirados en Padrón), el concepto de nación (población y territorio) tiene que
inclinarse hacia la gente, no podemos hablar de los de aquí y los de afuera,
tenemos que vernos todos dentro. Para el que se va, el que queda tiene que
importar y el que se queda tiene que integrar a su realidad al que se va.
Mientras que no logremos que todos estemos bien y tengamos calidad de vida
nuestra Venezuela estará incompleta. Aprovechemos la globalización y la
facilidad de comunicación para comprender que no hay mucha diferencia entre el
que se va de Mérida para Maturín o el que se va de Maracaibo a Madrid, ambos son
venezolanos que buscan oportunidades y viven lejos de su hogar. La
internacionalización de los venezolanos puede ser una gran oportunidad, aprendamos
de países como la India que aprovecharon el talento emigrado para transformar
su economía. Pero sobre todo eduquemos para el regreso. Las alas que sirven
para irse tienen que servir para regresar.
Juan Maragall
Agosto 2015