Cuando se respiran tiempos de cambio, nuevos gobiernos, nuevas
políticas y nuevos rumbos, aparece en mi memoria la afirmación “Es mejor errar
con la gente que acertar sin ella”. La escuché en la Ciudad Bolívar de los 90’s
en boca de Clemente Scotto y alguna otra vez de Aristóbulo. Esta sentencia me
revolvió siempre el estómago por la irresponsabilidad implícita del líder que, a
pesar de contar con información, formación y experiencia, prefiere complacer a la
gente que se equivoca antes que iniciar un debate franco o asumir una tediosa y
riesgosa labor de pedagogía social.
A estas alturas del proyecto revolucionario queda claro que
el modelo fracasó. La escasez, inflación, inseguridad y anarquía son algunos de
los síntomas inequívocos de lo errado de la propuesta, pero hay que dejar bien
claro que aquí durante ya casi 20 años se “erró con la gente”. Una gran mayoría
de venezolanos acogió el proyecto de Chávez como suyo y se subieron en ese tren
con la esperanza y confianza de viajar a un destino deseado con un conductor
que los comprendía, amaba, era leal y caminaba con ellos. El tren llegó a una Venezuela
infernal, pero el viaje fue en grupo.
Ahora que el País entero exige y sueña con un cambio, estamos
obligados a trazar una nueva ruta de progreso social y desarrollo económico,
urgen iniciativas, medidas y nuevas políticas; además, lo dramático de la
situación, el poco tiempo disponible y la fuerza de las expectativas nos
obligan a acertar, pero es imperativo “acertar con la gente”, no podemos repetir
el intento fallido de los 90 de “acertar sin la gente”.
Nuestros mejores economistas, sanitaristas, educadores,
juristas, políticos, comunicadores, sociólogos y todo el que tenga
conocimientos y experiencia para hacer posible un País soñado, tienen que ir al
encuentro con el pueblo, con la Venezuela real y profunda, con la pobreza
extrema, con los consejos comunales, la clase media desanimada, las
asociaciones, los gremios, los profesionales exilados, las mesas de agua, los
consejos educativos, los estudiantes, los jóvenes excluidos y con ellos -desde
su realidad- diseñar las políticas, trazar las rutas para acertar y acertar con
ellos. Aquí no hay borrón y cuenta nueva, ni gran salto que valga. Tenemos que
acertar con la gente, avanzar sin el pueblo no es acertar.
Hay que asumir el nuevo progreso social y desarrollo
económico como un gran esfuerzo de pedagogía nacional y la base de la pedagogía
es buscar al otro en donde está, comprender lo que sabe, lo que cree, le
interesa y sueña, y es desde ahí puedes caminar con él y llevarlo al mundo del
conocimiento, las nuevas habilidades y las competencias.
Cuando vas a enseñar a un niño a leer, la primera palabra
que le ofreces conocer es su nombre. Las políticas públicas deben funcionar
igual, cuando vas a proponer o tomar una iniciativa lo primero que tienes que
ofrecerle al pueblo es su nombre, su realidad, lo que sabe, cree, le interesa y
sueña. Ese debe ser el punto de partida de cualquier nuevo proyecto de País.
Quizás por mi condición de educador y estar acostumbrado a
ver crecer a la gente, he desarrollado paciencia para acompañar con firmeza y
afecto durante el tiempo necesario hasta ver el cambio. Intuyo que Venezuela
necesita lo mismo, un rumbo claro, líderes responsables, con habilidades de
pedagogía social y respetuosos de los tiempos que las personas y el País
necesitan. No tiene sentido tomar ningún nuevo rumbo o iniciativa si no
logramos que la gente nos acompañe, aquí hacen falta líderes de esos acompasan
su caminar al tuyo para llevarte lejos, que te dan la mano, si es necesario
hasta te cargan, pero llegan contigo, con la gente, con el pueblo.
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